domingo, 30 de mayo de 2010

tres tristes troskos

La revolución es un concepto estético, es hora de decirlo. Nadie quiere realmente lograrla, nos gusta ser revolucionarios mientras tanto, leer Galeano (o escucharlo ya que habla tan bien), los discursos de Castro, la remerita del Che, desgarrarnos las vestiduras por los pobres o por los pueblos originarios, asombrar a las chicas con nuestra postura radical, que se yo, es tan lindo ser así… En el primer mundo lo bello, es entregar panfletos en las fábricas, y después comerse uno de esos estofados que solo los obreros saben comer, gente sin colesterol, se cree. Aquí, en el tercer mundo, hay que ir a las facultades si queremos un standard parecido. Me encanta toda esa cosa “mayo francés” que se vive en nuestras universidades estatales. De la revolución punk, ni hablar, pura estética nihilista. “Anarquía en Reino Unido” cantaban los Pistols, quienes vivían con sus mamás y el manager les curró toda la guita porque era dueño del nombre, del arte de tapa y les había hecho firmar la cesión de las regalías. “Todo preso es político”, cantaba Solari, quien ahora vive en una quinta y tiene una escopeta, por la dudas que le quieran robar (“presos de la propiedad” también cantaba en un CD que se consigue en Walmart). El capitalismo, falto de ideas, mientras tanto avanza con la lenta convicción de un barco trasatlántico, sin imaginación pero que se alimenta de las ideas de sus siempre creativos detractores.

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