Existen blues del ferroviario, del pescador, del carpintero, hasta del bagre (“catfish blues” que tocaba, entre otros, Jimi Hendrix). Tendría que chequearlo pero estoy seguro que deben haber blues del cartero y del plomero (fontanero para nuestros lectores españoles), pero no existe el blues del oficinista.
Ser oficinista tal vez no sea algo de lo que estar orgulloso, pero tiene sus encantos que merecen ser cantados, entre ellos: compañeras a quien insinuarnos permanentemente, llamadas telefónicas de contrabando, fotocopias particulares que sacamos en la maquina de la oficina y así todo un catalogo de pequeños actos de rebeldía contra la patronal que articulados sistemáticamente podríamos definir como “la resistencia”.
Para ser oficinistas no necesitamos andar por la vida con actitud ganadora, como les pasa a los visitadores médicos (agentes de propaganda médica como técnicamente se llaman y a los que nadie les dedicaría un blues). Nosotros, en cambio, podemos andar con un traje gastado, un auto sin lavar y en general con una actitud poco ambiciosa que nos ayuda a soportar las ocho horas de encierro. Horas de encierro que no son tales si tenemos en cuenta que siempre hay algún trámite que hacer afuera, a veces propio del trabajo otras veces personal, estos últimos con un irreprochable dejo de humanidad: ir a reunión de padres o comprar remedios para nuestros hijos, el jefe que dude de nuestra intenciones va a ser juzgado de monstruo por nuestros compañeros. Si usted, estimado disidente, trabaja en una oficina desde ya lo invito a dejar su comentario…
sábado, 22 de agosto de 2009
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Knopfler, te pasas la vida haciendo lo mismo. Cuando veo a gente que te mitifica, a ti, a Eric Clapton y a otros pelanas, y que hablan de vosotros como si fuerais una parte de su vida, me entra la risa. Pero, ¿cómo, CÓMO se puede ser tan gregario? La frustración del oficinista, que a los 40 aún sueña con la vida de la estrella de rock. ¡Qué mundo horrible este!
ResponderEliminarEn la búsqueda de un tiempo fuera del tiempo y un espacio fuera de la realidad, sólo para ellos, Carol y Julio se embarcaron en la aventura absurda, tierna y cómica de recorrer la autopista que une a París con Marsella, en una furgoneta roja (bautizada como “Fafner”, el mítico dragón de Wagner) acondicionada para tal fin. Este viaje, que les va a tomar 33 días hacer, tiene una reglas obligatorias de juego que se explican en el capítulo 3, como son: cumplir el trayecto sin salir ni una vez de la autopista; hacer altos para explorar dos paraderos por día, pernoctando en el segundo; realizar levantamientos científicos en cada paradero; entre otras. Esto va a contribuir a que durante el recorrido no falten la fantasía, el humor y la frivolidad, terminando por convertirse, para los autores, en una expedición al interior de sí mismos.
ResponderEliminarEl lector, si acepta el reto (o la complicidad, más bien) de acompañar a los autores en esta aventura surrealista, lúdica e irracional (que ellos mismos comparan con los viajes de Cristóbal Colón y Marco Polo) se verá transportado (más por el juego) a otra realidad, un mundo paralelo lleno de interesantes digresiones filosóficas acerca del amor, la literatura, la música, la poesía y la naturaleza (la naturaleza humana, particularmente...).
El Sr. López es un empleaducho cualquiera, bajito, feo y sin carácter, que vive bajo el yugo opresor de la arpía que es su mujer.
ResponderEliminarA este desgraciado oficinista, presa de su matrimonio, su trabajo y, en defi nitiva, de su día a día, solo le queda una vía de escape que se encuentra al cruzar el linde de la puerta del baño y conduce directamente a un mundo de desbordante imagina-ción, aventuras y exuberantes bellezas.
Tras cada una de esas puertas, López conseguirá huir de su vida mundana para entrar en una dimensión donde resolver las dificultades con las que se topa en su mundo ordinario. Las puertitas del señor López es mucho más que la metáfora sobre la situación de Argentina bajo la dictadura, una crítica que aún hoy en día parece vigente y extrapolable a nuestra sociedad.
Es, además, una de las mayores obras de arte surgidas de las plumas de Carlos Trillo y Horacio Altuna.
Un oficinista atrapado en una desierta estación de campo porque el boletero rehusa darle cambio. Trenes que pasan de largo porque el boletero no hace señas. Para qué, si no hay pasajero con boleto. El protagonista prisionero, resignado, se suma a la curiosa familia del boletero y su maternal esposa, integrada por otros trabajadores de ciudad igualmente presos. La lejanía con Cortázar es inmensa: la normalidad perdida, el mundo de la ciudad con esposas, hijos, dinero, trabajo, que en Cortázar es siempre insatisfactoria rutina, acá se añora. Los hombres lloran, no llora la voz que narra, lúcidamente ajena, apenas socarrona, apenas irónica. Y en cuanto a este lado ominoso que un azar les ha permitido transitar, también es rutinario y estúpido: papá Pe y mamá Fi, los boleteros, enseñan a trabajar el campo y preparan deliciosas tortas que ofrecen en escenas artificiosas, irrisorias, de felicidad familiar. Queda el escape heroico, y ocurre. Pero tanto heroísmo no vale la pena porque cuando por fin los oficinistas logran detener el tren y huir, también por fin bajan del tren los oficinistas que querían llegar y no podían, y el andén, que "ha sido para ellos un sitio de amargura y miedo", "sin embargo ahora se asemeja a la civilización alegre de la Capital. Una última sensación común a todos es de espanto: intuir que al llegar a destino ya no habrá nada".
ResponderEliminarNada. Nada que buscar ni que explorar, tampoco nada valioso que proteger, nada del lado de acá, del preciado orden. Ni anhelo de orden ni anhelo de desorden, constatación de un vacío que cubre todo. La grieta fantástica lleva a algo que no es mejor ni peor, quedarse o dejar "la zona" es lo mismo. La única certeza es la lucidez de saberlo.
Me entero por la radio que hoy es el vigesimoquinto aniversario de la muerte de Cortázar. Me hace pensar unos instantes en el tramo hacia la oficina: un reflejo de mi ignorancia, un pensamiento hacia él y la feligresia que le ha acompañado todos estos años.
ResponderEliminarCortázar, ese escritor máximo, superlativo, y a la vez mínimo conocido por pálidos reflejos de la literatura surgida de su barba; hilarante en la regia seriedad que muestran sus retratos; todos sabemos de Cortázar y pocos conocen a Cortázar; Es Rayuela y un universo más vasto aún que el propio universo de su propia obra; Es Jazz; Es el sabor de un Gauloises; Es el olor de libreria de viejo frente a los nichos de la wikipedia; Es París y es Buenos Aires; es una casa tomada; un perseguidor; un cuento sin fin; es Antonioni; es la maraña pérfidos trasuntos de escritores que vinieron después; Cortázar, como el París de Ernest, no se acaba nunca.
Para este subalterno, Cortázar es muchas cosas: una iniciación, por ejemplo. El sabor de los cigarros que fumo. La lectura de Rayuela, una vez más, en las piedras de una cala de verano. El primer libro de cabecera. También el amor, de alguna manera.
Por eso hoy, presento mis respetos al más cuerdo de los escritores locos, o tal vez al más loco de los escritores cuerdos.